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Fátima, Nermen y Selma son tres refugias sirias. Fátima escapó y su marido, que fue torturado, está transtornado. La joven Nermen dio a luz a su primer hijo bajo las bombas. Y Selma, que era enfermera, vio como morían sus compañeros en un ataque a su consultorio.
Son tres refugiadas, tres historias estremecedoras, de las miles que cada mes pasan por las clínicas de Alianza en las ciudades jordanas de Jerash, Mádaba y Ajloun. Allí reciben atención sanitaria y el apoyo psicológico y social.
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Daraa (Siria)
“La violencia ha contagiado a mi marido”
“Parí a mi hijo en unas ruinas de Homs”
Damasco (Siria)
“Cuando mi hijo oye un ruido fuerte, piensa que nos van a matar”
"El rostro de Fátima está surcado por profundas arrugas. Su mirada, apagada. Fátima vivía en Daraa, una ciudad casi en la frontera con Jordania donde en 2011 prendió la mecha de la guerra. Fue allí, 15 estudiantes, influidos por la Primavera Árabe, pintaron unos símbolos de libertad en su escuela. Se los llevaron detenidos y las protestas por todo el país por su liberación acabó en un conflicto que aún continúa."
FATIMA
Daraa (Siria)
“La violencia ha contagiado a mi marido”
La familia de Fátima tuvo que salir huyendo cuando el Ejército sirio comenzó a reclutar a niños en los colegios: o la guerra o la cárcel, era la opción. Además, el marido, chófer de profesión, estuvo detenido por ser del Ejército de Liberación. Cuando ya caían bombas sobre su barrio, iniciaron la huida, con el más pequeño de apenas 3 años en brazos.
Zaatari
Ocho meses pasaron en el campo de refugiados de Zaatari, un lugar inhóspito, en mitad de una llanura desértica, donde ahora viven 120.000 personas de la ayuda internacional. Las enfermedades, la aglomeración, la falta de perspectivas, la violencia… hacían muy difícil allí la vida. “Había brotes de meningitis, de tifus... También mucha violencia. Al final nos vinimos a Mádaba, donde estaba mi cuñado y su familia”, va relatando a borbotones, sin preguntas, como si hubiera abierto un tapón y saliera todo su dolor en estampida.
“Aquí, el hijo perdió un brazo en una fábrica, donde estaba sin contrato porque los sirios tenemos prohibido trabajar. El pequeño tiene un herpes enorme en la boca que no se quita y otro enfermó de gripe aviar. Ahora, tengo que buscarme la vida para alimentar y cuidar a la familia entera.
Más violencia
Lo peor es que mi marido se ha contagiado de la violencia que hemos vivido. Me maltrata, me pega, me ha llegado a amenazar con clavarme un cuchillo, y también a los hijos”. Sus ojos tristes enrojecen, a punto de estallar en llanto, pero ya no puede parar. “Él antes no era así, nunca tuvimos problemas, pero cuando fue detenido, le torturaron y salió trastornado. Ahora es otra persona, extraño, agresivo, no le interesa la vida”.
Fue un familiar quien le habló de una clínica para refugiadas abierta en Mádaba, financiada por Alianza por la Solidaridad. Un lugar donde buscar atención médica, y psicológica, un espacio en el que, además de consejos y atenciones en salud reproductiva y sexual, encontró un asidero a la esperanza en una vida que la guerra le ha puesto muy difícil.
Fátima está enferma de tristeza, de depresión. “Este lugar me está salvando. Aquí no me siento sola. Tengo que ocultar a lo que vengo en casa, pero compartir con otras mujeres mi situación y hablar con la psicóloga, que me da consejos, realizar talleres de formación en higiene, en salud, es de lo poco que tengo para salir adelante”, confiesa.
Cuando la joven Nermen habla de la ciudad de Homs, las imágenes de la ciudad más bombardeada de Siria se convierten en el telón de fondo de su estremecedora historia. Está vestida hasta los pies con una gabardina gris y un pañuelo, también sin colores, enmarca su hermoso rostro. Cada poco rato, su marido la llama al móvil. Quiere saber dónde está, qué hace, con quién anda… Y ella contesta suavemente, pero con una voz que, como sus ojos, indican que ya no tiene miedo.
NERMEN
“Parí a mi hijo en unas ruinas de Homs”
Nemer vivía en un barrio que fue tomado “a sangre y fuego” por el ejército para expulsar a los rebeldes al régimen. Casada a los 15 años, apenas adolescente, con un hombre que le doblaba la edad, las relaciones nunca fueron buenas entre ellos. Pero vivían bien. Con la guerra, se quedó sola. “Mi marido comenzó a ayudar a periodistas extranjeros a cruzar la frontera con Líbano, iba y venía continuamente. Le pagaban bien, así que teníamos dinero. Pero en 2012, todo empeoró. A menudo estaba sola con mi hijo mayor, embarazada, sin poder salir de casa porque caían bombas, porque había francotiradores en las esquinas”.
Un parto peligroso
Sorprende la calma con la que Nermen echa la vista atrás, en la pequeña consulta de la clínica de Ajlun. “Tuve que parir en un hospital clandestino, unas ruinas donde había un médico. A finales de 2012, varias bombas cayeron sobre la casa y en otra ocasión los soldados me detuvieron con mis hijos y me quitaron todo el dinero y las joyas que tenía”.
2 años sin salir de casa
Con un bebé de un mes y otro niño de tres años a cuestas, la joven logró cruzar la frontera, a tramos en coche y a tramos caminando. Y poco después su marido, herido en una cadera, se reunió con ella. “Nunca fue cariñoso, pero desde que llegamos me golpea con la mínima excusa, hasta que mi cuerpo sangra. Ver tanta violencia, le ha dañado y ahora lo hace conmigo. Durante dos años, desde que llegamos a Ajlun, no me dejó salir de casa, él era quien me llevaba la comida, y yo no hablaba con nadie; pero en 2014 conocí esta clínica y ahora le digo que vengo a atención médica, así que me deja salir. No sabe que vengo a recibir terapia, que aquí me informan de cómo sobrellevar esta situación”. Vuelve a sonar el móvil por tercera vez apenas dice estas palabras.
Esperanza
“Este centro cambió mi vida. Ahora se lo que es planificación familiar, porque ya no quiero más hijos y aquí me han explicado cómo hacer para evitarlo. También me han sacado el miedo del cuerpo y he podido encontrarme con otras personas en mi situación. Sé que no podemos volver a Siria mientras este Bachar El Assad porque mi marido está fichado, y por ello hemos pedido visados para irnos a Francia o Italia, que nos han denegado. Nunca iría por mar, por miedo a perder a mis hijos. ¿Sabe usted qué puedo hacer para que nos acepten”.
“Mi hijo Musa está lleno de miedos. Tenía 7 años cuando dejamos Damasco. Oyó tantas bombas que ahora cuando oye un ruido fuerte piensa que nos van a matar. No puede estar solo, ni salir de casa, ni quiere que nadie se le acerque si no es de la familia. En este centro le están ayudando mucho, y a mi también”.
SELMA
Damasco (Siria)
“Cuando mi hijo oye un ruido fuerte, piensa que nos van a matar”
“Vivíamos al sur de Damasco, en un pueblo llamado Zabadini, cuando comenzó la guerra. Era una zona bajo control rebelde, así que la atacó el Ejército. Nuestra casa fue destruida, y todo alrededor… Yo era enfermera en un centro de salud desde hacía 12 años. Un día, cayó una bomba. No morí porque Alá no lo quiso, pero sí mucha gente a mi alrededor. Primero, nos fuimos a un pueblo cercano al nuestro, y cuando la guerra se extendió, en 2012, nos vinimos a Jordania”.
Más dolor
Selma se creyó a salvo, pero no podía saber que la vida aún le reservaba un trance más doloroso. Su hija mayor, de apenas 27 años y con tres niños, falleció un año después de un cáncer que no fue atendido como debiera. “Nos instalamos primero en Ammán, por si allí mi marido encontraba trabajo, pero no fue así. Allí, mi hija fue al hospital cuando comenzó a sentirse mal, más no le hicieron caso. Cuando empeoró, el tumor ya no tenía remedio. Ya vivíamos en Jerash, una ciudad que es más tranquila, salvo cuando se llena de turistas que visitan las ruinas romanas. Y aquí nos quedamos”.
Nietos a su cargo
Su yerno viudo se casó con la otra hija, entonces con 17 años, pero pronto decidió volver a Siria, dejándoles los tres nietos a su cargo. Y no han sabido más de él. “No nos envía dinero y la situación económica, con mi marido en paro, es muy difícil. El ambiente en casa cada vez es peor, más agresivo. Realmente, no se qué hacer, a veces me siento sin fuerzas. Por ello, la psicóloga me ayuda, me da consejos para salir adelante con los tres pequeños y mi hijo Musa. Además, me gusta venir cada semana a los talleres, donde me han enseñado a hacer manualidades. Aquí hago algo bonito en mi vida, y lo hago con mis manos. Además, comparto un tiempo con otras mujeres que tiene problemas similares a los míos”.
A su lado, la pequeña Rubina, de 7 años, mira intensamente a su abuela cuando recuerda su pueblo. “Zabadani es un hermoso lugar verde, con muchos árboles, con huertos en los alrededores. Jerash me lo recuerda mucho, por eso no quiero irme de aquí. Antes de la guerra, allí vivíamos más de 10.000 personas, y ahora no quedan ni 100. Es un pueblo fantasma, al que sueño con volver”.
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