Una clínica en Jordania para paliar el dolor de las refugiadas sirias

Los ojos de Fátima se enrojecen de llanto cuando menciona la palabra “casa”. La suya saltó por los aires hace ya casi tres años, en un bombardeo sobre la ciudad siria de Daraa, donde nació y de donde tuvo que huir con su familia para sobrevivir a una brutal guerra que ya se ha llevado por delante a más 220.000 compatriotas. Pero Fátima no deja de soñar con volver a sus ruinas, y reconstruirlas, y recomponer su hogar.

Con 45 años, tres de sus cuatro hijos enfermos, y un marido que la maltrata, Fátima es una de las muchas mujeres que acuden a la clínica de Mádaba, en Jordania, puesta en marcha hace ocho meses por Alianza por la Solidaridad y el Instituto de la Salud Familiar (IFH, por sus siglas en inglés) en este país, con fondos de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (AECID).

“Yo vine a la clínica porque oí hablar de este centro a las vecinas. ¡Me sentía tan mal! No podía seguir así, pues mi marido ha cambiado mucho desde que estamos en Jordania. Era chófer y aquí no puede trabajar, está prohibido. Me grita, me golpea, lo paga conmigo y con los niños. Él cree que vengo a la ginecóloga, pero no es sólo a eso. Yo vengo también a que me ayuden a poder con ‘esto’. Aquí me siento bien. Ahora estoy mucho mejor”, me asegura Rania, de 37 años, natural de Alepo.

La clínica de Mádaba no es un centro de salud cualquiera. Pequeña y muy cuidada, situada en la planta baja de un edificio céntrico que no destaca de la grisura del entorno, oculta una doble personalidad. Por un lado, es un consultorio de salud sexual y reproductiva gratuito, en el que miles de mujeres sirias han encontrado una atención que perdieron cuando abandonaron su país expulsadas por la guerra. Por otro, es también la tabla de salvación a la que muchas se agarran para sobrevivir a la violencia que sus maridos ejercen sobre ellas, el lugar donde encontrar apoyo psicológico, terapia, compañía, ánimos para seguir adelante y volver a soñar.

clinica madaba 2Las refugiadas que acuden a esta clínica tratan de ‘sanar’, con ayuda de los especialistas, esa alegría que quedó herida bajo los cascotes de su tierra. También hay refugiadas que no pueden venir a la clínica. Las hay que fueron un día y no volvieron, o están enfermas, o tienen muchos niños pequeños… Por ello, el personal de la clínica les hace visitas a domicilio cuando acaban las consultas. Es la forma de hacerles seguimiento, incluso de conocer su entorno, a veces a esos cónyuges que pagan su desesperación de puerta para adentro.

En estas visitas a domicilio, el equipo de la clínica les deja una bolsa con comida: garbanzos, azúcar, harina… Un ‘kit’ que les permitirá comer unos días, pues los 15 dinares jordanos (unos 12 euros) que oficialmente reciben por persona al mes son claramente insuficientes. “Aquí vivimos de la ayuda internacional. Sin ella, no tendríamos nada. No podemos trabajar y tampoco podemos volver a Siria. ¿Qué vamos a hacer? Diga en su país que necesitamos de su ayuda. Por favor”, me suplica la madre de una de estas familias.

Sólo en Jordania las cifras oficiales hablan de 650.000 acogidos por la guerra, pero en esta clínica se sabe que superan con creces el millón. De todas ellas, el 33 % son víctimas de violencia de género, según el reciente estudio de Alianza por la Solidaridad.

Mantener este centro abierto es una apuesta de Alianza y de IFH de cara al futuro, y pienso que ojalá el apoyo de la sociedad española garantice que todas ellas puedan seguir agarrándose a un espacio que es único en Mádaba para más de 7.000 personas refugiadas.


Fuente: Planeta Futuro / El País

 

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