Economía feminista frente a la trampa de la deuda y el olvido del cuidado
Por Cristina Muñoz.
Este julio, Sevilla será el epicentro de una de las discusiones más cruciales sobre el futuro económico global. La Cumbre de Financiación al Desarrollo reunirá a gobiernos y organismos internacionales para debatir sobre la arquitectura financiera internacional en un momento en el que la crisis de deuda en el Sur Global, la emergencia climática, el retroceso en derechos, la disminución de los marcos democráticos y el aumento de las desigualdades exigen soluciones urgentes.
Pero, ¿podemos confiar en que esta cumbre marcará un punto de inflexión? ¿O seremos testigos, una vez más, de promesas vacías que perpetúan un sistema económico diseñado para beneficiar a unos pocos a costa de la mayoría?. Desde ActionAid, advertimos: es momento de romper con las fórmulas caducas y apostar por una economía global que priorice la justicia y la sostenibilidad, no la expoliación y la dependencia. Planteamos la necesidad de poner la VIDA en el centro, la dignidad de la vida frente a sociedades que ponen la vida al servicio de la continua producción económica, negando derechos e invisibilizando las necesidades de cuidados, derechos a cuidar y derechos a ser cuidadas.
Competencia y conflicto: el modelo que nos domina
El mundo de 2025 está atrapado en una lógica de confrontación y supremacía. En lugar de fortalecer los derechos humanos y los acuerdos multilaterales, las potencias han optado por un modelo de relaciones internacionales que fomenta el conflicto y la rivalidad. La cooperación internacional ha quedado relegada a un segundo plano, mientras las estrategias de militarización y control económico refuerzan las desigualdades globales.
Las decisiones políticas no se toman pensando en la estabilidad o en el bienestar colectivo. Las reglas del juego están siendo otras: consolidar el poder, maximizar el control y perpetuar un orden global que favorezca a los mismos de siempre, se construye el poder sobre el individualismo y la fuerza militar y del dinero, que considera a las personas y la naturaleza instrumentos a su servicio, la vida cada vez tiene menos valor por si misma. La crisis de la deuda es solo una herramienta más en este tablero de poder, con los países ricos reforzando su hegemonía y los países endeudados atrapados en una espiral de dependencia perpetua.
Una economía de saqueo y desigualdad de género
Según el informe Who Owes Who?, que publicamos esta semana en ActionAid, los países de bajos ingresos tienen una deuda externa combinada de 1,45 billones de dólares, mientras que en 2023 pagaron 138.000 millones solo en servicio de deuda, una cifra superior a su gasto en salud o educación. En más del 75% de estos países, los pagos de deuda superan los presupuestos sanitarios nacionales. En un 55%, la deuda externa representa el doble del gasto en salud.
Pero más allá de las cifras, el verdadero drama de la deuda se vive en los hogares, donde las mujeres son las que sostienen el sistema cuando los gobiernos fallan.
Si no hay hospitales, ellas cuidan las personas dependientes y/o enfermas. Si no hay escuelas, ellas educan en casa. Si no hay servicios sociales, ellas amortiguan la crisis con su tiempo y energía.
El sistema económico mundial no solo es profundamente injusto, sino que está construido sobre la explotación sistemática del trabajo de cuidados no remunerado, sobre la explotación de los cuerpos de las mujeres.
Una sociedad que pone la Vida en el Centro, y la provisión de cuidados, prioriza su arquitectura en la dignidad que quien necesita los cuidados y de quien cuida, una arquitectura fundamentada en lo comunitario y el servicio público, donde las tareas normalmente realizadas por mujeres y las personas mas vulnerables son asumidas por la sociedad de manera corresponsable
Economía feminista: una solución para el endeudamiento y el colapso climático
El sistema financiero internacional ha ignorado, de manera deliberada, el papel esencial del cuidado y la sostenibilidad de la vida. Para quienes controlan la economía global, estos aspectos son invisibles, irrelevantes. Pero los movimientos feministas han demostrado que no hay justicia económica sin justicia de género y climática.
Para romper el ciclo de deuda y colapso ecológico, es necesario un cambio de paradigma. Un cambio radical. Un cambio que ponga la vida en el centro de la economía. Y eso significa:
- Cancelar las deudas injustas e impagables del Sur Global, priorizando la inversión en servicios públicos y derechos sociales.
- Reconocer y compensar la deuda climática causada por el Norte Global, estableciendo transferencias justas y financiación en forma de subvenciones, no préstamos.
- Redistribuir los recursos necesarios para garantizar una financiación pública y estable que garantice sistemas integrales de cuidados, desde un enfoque interseccional, y así superar la división sexual y racial del trabajo.
- Transformar la arquitectura financiera internacional, eliminando las políticas de austeridad y reemplazando al FMI y al Banco Mundial por un sistema de gobernanza económica global justo y representativo.
- Construir sistemas públicos basados en la corresponsabilidad de los cuidados y garantizar vidas dignas para todas las personas.
En este año del jubileo de 2025, que históricamente representa un momento de cancelación de deudas y reparaciones, no podemos permitir que se repita la historia de impunidad financiera de los países ricos. Las feministas han denunciado desde hace décadas que la economía de la deuda es una economía de desigualdad de género y racial. Ahora, con la crisis climática exacerbando esta injusticia, es hora de exigir no solo la cancelación de la deuda externa, sino también el pago de la deuda histórica de los países ricos con las mujeres y con el planeta.
Una economía feminista para la justicia global
Pero exigir cambios no es suficiente. Es necesario construir nuevas reglas económicas que rompan con esta lógica de saqueo y desigualdad. Necesitamos modelos económicos que prioricen el bienestar colectivo y la sostenibilidad, en lugar de la acumulación de riqueza y poder en manos de unos pocos. El cambio no vendrá de los mismos actores que han perpetuado esta crisis, sino de la movilización de la sociedad, de las voces que llevan años luchando por la justicia económica y social.
El fD4 llega en un momento único de retos geopolíticos y oportunidades para abordar estas debilidades y desigualdades y avanzar hacia una visión feminista de la justicia social, económica y climática: una transición justa que sustituya a la economía extractiva global y cambie a una economía regenerativa, basada en la resiliencia comunitaria, la equidad social y el cuidado y bienestar ecológico y social.
No se trata solo de números, sino de vidas. Si realmente queremos un futuro sostenible y equitativo, debemos dejar de normalizar un sistema que condena a millones a la precariedad y empezar a imaginar un nuevo contrato social y económico, basado en la equidad y el cuidado de la vida.