El origen de La Carpa

En la casa que se ve cuando se llega por tierra a La Carpa, levantada con tablas de madera muy seca y que parece abandonada, están escritas con un aerosol que ha perdido color con el tiempo las siguientes palabrasYo apoyo los diálogos de paz en la Habana, Cuba. Es el mensaje de bienvenida que la comunidad le da a quien visita esta inspección de San José del Guaviare. 

Los habitantes de La Carpa también sufrieron el conflicto armado colombiano. Vivían en un territorio dominado por la extinta guerrilla de las FARC-EP, plagado de plantaciones de hoja de coca, en donde, a cualquier hora del día podía estallar un enfrentamiento entre el Ejército y los guerrilleros. Eso cuenta Sixto Rojas, hijo del fundador de La Carpa, uno de sus primeros diez habitantes. Lo cuenta sentado al borde del río, con su camisa blanca bien abotonada, sudada por el trabajo de la madrugada en la platanera. Acaba de salir del taller con la abogada del Consorcio MAPA.  

Hace cuarenta y seis años su padre vino desde Palmira a estas tierras de nadie. Alzó una casa y luego trajo a su esposa y a Sixto junto a sus siete hermanos. La primera familia de La Carpa. Se instalaron dos kilómetros más abajo de donde es hoy la inspección, pero el primer invierno hizo que el río se llevara todo. Tuvieron que moverse. Luego llegó la marihuana y con ella la gente. Las semillas las aportaban mafiosos que entraban por el río en voladora (lancha). Aún no existían vías terrestres. Aparecieron más familias. El cultivo movía el comercio, pero su apogeo duró poco. Fue reemplazado por la hoja de coca y con ella hubo más familias, más comercio, más casas, pero también mafia y guerrilla. Época de bonanza, guerra, desplazados y muertos. 

La Carpa tras el acuerdo de paz

En medio del conflicto, el Ejército obligó a constituir una Junta de Acción Comunal. Sixto fue elegido presidente; lo es desde hace siete años. Pero solo hace cuatro, con la firma del acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC-EP, puede trabajar con libertad. Ahora las dificultades son otras: con el acuerdo de paz se erradicaron los cultivos; el gobierno prometió inversión para impulsar proyectos productivos. La hoja de coca desapareció y la inversión para los proyectos productivos nunca llegó o llegó incompleta. Son veintiocho familias a la espera de una respuesta. Hay que seguir trabajando, insiste Sixto, pero asegura que este periodo de transición avanza lento.  

Ahora prefiere hablar del futuro, de cómo imagina La Carpa dentro de diez años: con internet, antena de celular, buen comercio, casas construidas con materiales adecuados, acueducto, alcantarillado, pero sin él, que tiene ya sesenta y cuatro. Sobre eso iba el taller del que acaba de salir con la abogada del Consorcio MAPA. El gobierno había prometido un acueducto: comenzaron la construcción y la dejaron a la mitad. La abogada les explicó a qué recursos podían acceder para que la construcción se finalice. Ahora les ayudará con la presentación de un derecho de petición.     

Sixto conoce La Carpa desde que no tenía sino una casa, dos kilómetros abajo. Hoy ve cómo han cambiado las cosas, cómo la comunidad tiene sentido de pertenencia y trabaja para que la inspección crezca. Hay un internado, un colegio, un centro médico, una vía que conecta con San José y algo de comercio. Hoy agradece y valora la atención brindada por el Consorcio MAPA. Hoy insiste en que La Carpa aún tiene mucho por crecer. 

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