Emergencia climática

Emergencia climática, la peligrosa sensación de que se actúa

Lee aquí la versión íntegra del artículo publicado en Público escrito por Alberto Fraguas, asesor ejecutivo de Sostenibilidad de Alianza Por la Solidaridad-ActionAid e Isabel Iparraguirre, coordinadora de Transición Ecológica.

Hace ya más de 40 años se viene hablando de las necesidades de reducir nuestras emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI). También hace años que se sabe de los orígenes de estas emisiones y su relación con un régimen de vida productivista; donde el crecimiento económico es el paradigma inevitable que lleva al supuesto progreso de las sociedades, que a su vez es alimentado por las energías fósiles que son las causantes de la emergencia climática. Efectos colaterales que la tecnología domeñará en su momento se nos dijo. En la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992 ya se dio la voz de alarma y se acordó la necesidad de recortes de emisiones de los Gases Efecto Invernadero, y de que solo un Acuerdo Global podría ser efectivo dada la dimensión del problema que se concretó en la COP1 (Berlín 1995) donde se empezó a instar a la reducción de emisiones.

26 años después de Berlín, en la Cumbre de Glasgow (COP26), hay quien considera un avance que se ponga sobre la mesa la necesidad de reducir los consumos de carbón, gas y petróleo, sin concretar cómo y cuánto, cuando esta evidencia se ha ido dilatando durante más de 30 años. La COP26 ha sido un enorme fracaso plagado de eufemismos, nuevos argumentarios, y sin concretar los objetivos que se enunciaron en la COP25 celebrada en Madrid, una Cumbre en la que se anunció «transición hacia la central Cumbre de Glasgow» y de esta a la próxima de Egipto y así sucesivamente…

Como bien ha dicho Teresa Anderson, coordinadora de Política Climática de ActionAid International «un Acuerdo como el de la COP 26, que crea la ilusión de acción es posiblemente peor que ningún Acuerdo…» Las Cumbres del Clima son necesarias, sin duda, exponen públicamente la gravedad del problema y permiten escenificar los intereses en juego. Suponen, además, un espacio de negociación y debate para los países del Sur Global y los más afectados por el cambio climático… pero no estas Cumbres del Clima. Si algo justifica su existencia, es la de lograr soluciones, que deben ser globales para que sirvan para algo, pues el Planeta en su conjunto como gran ecosistema global el que está en riesgo. Si no se dan estas soluciones globales hay que cambiar las reglas del juego pues «acordar que se acordará» en el futuro es un ejercicio de «gatopardismo» altamente peligroso, dado como avanzan los riesgos.

Lo que no deja de ser enormemente llamativo, es que en ocasiones se requieren y respetan  los valores científicos como orientadores de las situaciones complejas (caso COVID 19), pero esto no es así cuando intereses económicos de las élites fosilistas son los que se cuestionan desde estos mismos estamentos científicos. El Panel de Expertos de Cambio Climático (IPCC) en su último informe ya habla de la necesidad imperiosa de reducir emisiones ante una intensificación del calentamiento global y aunque aún hay tiempo parar lograr las soluciones,  éste se va agotando.

El Acuerdo de París de 2015 fue muy celebrado (quizás en exceso) pues creaba un marco de la acción (eso sí, 20 años después de la Cumbre de Berlín). Ese marco de acción se sigue perfilando en Glasgow pero sin concretar.

Algunos ejemplos de los déficits de la COP26

Nulos avances en cuanto a la reducción de emisiones. El mantener como objetivo no superar el 1,5 °C del Acuerdo de París es cinismo puro, cuando las prospectivas llevan a un camino inexorable de incrementos de temperatura de 2,7°C asumiendo los actuales compromisos de reducción de emisiones (se rebaja a 2,4°C en Glasgow … gran avance!).

Y todo ello, en un ambiente de incertidumbres sobre el punto de partida a la hora de medir las emisiones que generó informes hechos públicos por el Washington Post que ponen en cuestión los informes de emisión de los países.

En este sentido, otro gran fiasco sería las difuminadas menciones a la desaparición de subvenciones públicas a los combustibles fósiles con una declaración de «reducción gradual», sin especificar el alcance de esa reducción y los plazos. Un indicador claro de que quién ganó el pulso en Glasgow, no fue sino el mantenimiento del «Business as Usual» que es y será el causante de la emergencia climática. Y todo ello con la puesta en escena de las políticas de emisiones nulas compensadas (Zero Neto), que no son sino mecanismos de mantenimiento de la situación; pues permite la continuidad de las emisiones con mecanismos de regulación compensatoria con dudable validez científica (de hecho se investiga la capacidad de compensación, pues no se conoce del todo los mecanismos ecológicos de la misma). Una deriva que como comenta Teresa Anderson «es un mito que los contaminadores y los gobiernos están utilizando para atraer una falsa sensación de seguridad». Una seguridad, por otra parte, en la que hay que evaluar hasta qué punto las energías renovables pueden responder a la actual demanda energética, si se tiene en cuenta los desafíos de los incrementos de suministro de minerales esenciales para su operatividad y que plantea interrogantes sobre la disponibilidad futura de los mismos.

Sin novedades tampoco en la negociación para revisar los mercados de transferencia de derechos de emisión (Artículo 6 del Acuerdo de París) e impulsar un mecanismo alternativo que sustituya al del Protocolo de Kyoto y que deje de ser un mecanismo especulativo o de “contabilidad creativa” para dar paso real a una oportunidad para financiar la adaptación a la crisis climática.

Sin Justicia Climática

Los países desarrollados del Norte Global siguen ignorando su deuda histórica con respecto a los países empobrecidos del Sur Global. La división Norte-Sur Global es cada vez más evidente. Cuando las políticas para la adaptación resiliente al Cambio Climático son de supervivencia física pura y dura para algunos países, los compromisos siguen siendo etéreos. La agenda de Pérdidas y Daños y de justicia climática global ha estado más presente que en ninguna COP anterior, si bien retóricamente pues la verdad es que no se ha llegado a ningún acuerdo concreto respecto a la compensación y apoyo a los países más afectados por el cambio climático y menor responsabilidad tienen.

El Fondo Verde, mecanismo con el que los países industrializados debería ayudar a financiar la adaptación al cambio de los más vulnerables, dotado en el Acuerdo de París con 100.000 millones de dólares anuales, está muy lejos de cumplirse (hoy está en 89 millones). Además sigue estando centrado más en mitigación que en adaptación y está previsto que en su mayoría se gestione vía préstamos, con el riesgo de incrementar la deuda de los países empobrecidos. A su vez, la denominada Red de Santiago, creada en la COP25 para que los países puedan disponer de fondos ante fenómenos extremos (sequías, inundaciones), sigue sin activarse.

Una evidente falta de voluntad política si nos atenemos a una realidad: las subvenciones públicas a combustibles fósiles en 2020 fueron, según la Agencia Internacional de la Energía de casi 300.000 millones de dólares, tres veces más del Fondo Verde.

¿Dónde está el apoyo para ayudar a las personas que se ven obligadas a recuperar sus casas y sus medios de vida después de los desastres climáticos? ¿Dónde están los compromisos reales que el mundo necesita para limitar el calentamiento a 1,5 °C o respaldar la necesidad de actuar con financiación climática?

El texto de Glasgow hace una muy bienvenida referencia a las pérdidas y los daños, y a la devastación que ya está causando la crisis climática. Pero este reconocimiento de urgencia no va acompañado de un compromiso de crear un nuevo mecanismo para ayudar a las comunidades que están siendo destrozadas por los desastres climáticos.

No hay ninguna diferencia para las comunidades, los pequeños agricultores y agricultoras, las mujeres y las niñas del Sur Global. Este texto todavía no servirá a quienes están siendo los más afectados por inundaciones mortales, ciclones, sequías, aumento del nivel del mar y malas cosechas. Es un insulto para millones de personas cuyas vidas están siendo destrozadas por la crisis climática.

¡Es una emergencia climática!

Estos enormes déficits de la COP26 nos hacen reflexionar: lo que no se avanza en políticas ambientales y climáticas pueden desencadenar procesos de retroceso medibles en impactos concretos que podrían haberse evitado y no se ha hecho. No hay cabida para respuestas que se dilaten en el tiempo.

La pregunta que por tanto es preciso hacerse es si las Cumbres del Clima actuales están en el camino correcto para resolver el enorme reto en el que nos encontramos. Dado que aún manejan herramientas y planteamientos de partida que son los que nos llevaron a la situación actual.

La realidad hace ver que la reducción de emisiones conlleva inexorablemente a cambiar algunos paradigmas del perpetuo crecimiento en un planeta finito con recursos finitos y empezar a planificar un cambio en nuestro sistema de producción y consumo que implique la puesta en marcha de un nuevo modelo económico y no una mera reducción (recesión) del actual. Un nuevo modelo que ponga la vida en el centro del sistema económico, vida de la gente y del Planeta, que organice la sociedad en torno a la sostenibilidad de la vida, los cuidados, la garantía de derechos, la provisión de materias y servicios realmente esenciales en armonía con los ciclos naturales, y que ponga la solidaridad y la justicia social como elemento tractor de la economía, y no solo el crecimiento y la acumulación de riqueza. La Tierra no puede esperar más.

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