Migrantes en el limbo marroquí

En 2008, siendo todavía Habitáfrica, Alianza por la Solidaridad comienza a apoyar a la población subsahariana bloqueada en Marruecos durante su ruta migratoria. La mayor parte son jóvenes entre 19 y 32 años, muchas de ellas mujeres embarazadas o madres con niños pequeños. También hay casos de menores no acompañados o separados de su familia.

Si las relaciones con la población marroquí son generalmente bastante buenas, las condiciones de vida de la mayoría de migrantes son muy precarias, estén en situación regular o no. La mayoría carecen de documentos de identidad, sufren represión por parte de las autoridades y graves problemas psicosociales y económicos.

Su integración social es prácticamente imposible, ya que Marruecos no lo facilita. Viven en una especie de limbo pues no se les expulsa del país, pero tampoco se les reconoce ciudadanía ni se les concede nacionalidad. Viven con un sentimiento de miedo permanente, con deficiencias en su alimentación, alojamientos insalubres, falta de cuidados de salud…

En busca de lugares que ofrezcan seguridad, en 2007 un centro social y cultural de la Fundación Orient Occident en Rabat se convirtió espontáneamente en lugar de reunión de un gran número de jóvenes y menores migrantes de origen subsahariano. En vista de ello, Alianza por la Solidaridad se coordinó con esta fundación marroquí para comenzar a ofrecerles atención social y jurídica, y formación profesional y en idiomas para mejorar su situación.

Con la incorporación del ACNUR en 2010, este trabajo se amplía a la población con status de refugiada. Hoy se concentra en las zonas de Rabat-Salé y Región Oriental (Oujda), reduciendo en muchos aspectos la vulnerabilidad extrema en la que vive el colectivo de migrantes y refugiados subsaharianos en Marruecos.

Así, se trabaja la parte de acogida, poniendo en marcha un centro de escucha, orientación y consejo, adaptado a las necesidades y circunstancias de cada persona. También se les ofrece consejo jurídico y acompañamiento en las distintas gestiones administrativas para su regularización. En caso de que muestren interés en retornar voluntariamente al país de origen, lo hacen en mejores condiciones pues regresan con un título de formación profesional, y se les apoya económicamente para la vuelta en avión.

También se trabaja la parte de autoestima y cohesión grupal, con espacios de creación artística y talleres que ponen en valor la cultura africana, pero el aspecto clave para mejorar las posibilidades de esta población de obtener ingresos, conseguir un trabajo, o simplemente comunicarse con su entorno en el día a día, es la formación. Por eso se imparten cursos de árabe y francés, y de alfabetización numérica.

Para mejorar su inserción profesional se ofrece orientación para creación y gestión de microempresas y comercialización de productos y se conceden microcréditos. Además, se dan talleres para crear cooperativas en textil, bisutería, restauración y trenzado africano. Ya existen cooperativas de las mujeres participantes que ofrecen, entre otras cosas, servicios de restauración, venta de productos artesanales y un salón de peluquería y estética.

Una de las participantes en estas actividades es Aude. Tiene 16 años y asistió a clases de peluquería en Rabat durante más de un año. Llegó procedente de Costa de Marfil con su tía y con dos primas. Huían de la guerra. En la ruta hasta Marruecos atravesaron Ghana, Togo, Benin, Niger, Argelia. Casi todo el camino lo hicieron a pie.

En realidad la peluquería no le gusta, aunque es lo que le permite vivir. Su sueño es ser abogada, pero para eso necesita terminar el bachillerato. El primer paso es aprender el árabe, idioma que no domina todavía… Un círculo complicado de exclusión que poco a poco Aude empieza a romper. Sólo necesitaba una oportunidad.

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