Selma, refugiada siria: “Cuando mi hijo oye un ruido fuerte, piensa que nos van a matar”
“Mi hijo Musa está lleno de miedos. Tenía 7 años cuando dejamos Damasco. Oyó tanta bombas que ahora cuando oye un ruido fuerte piensa que nos van a matar. No puede estar solo, ni salir de casa, ni quiere que nadie se le acerque si no es de la familia. En este centro le están ayudando mucho, y a mi también”.
Selma va cubierta con un velo blanco impoluto. A su lado, una pálida niña que es su nieta. Su mirada es serena y habla por si sola de su fortaleza, pero también de un sentimiento de pérdida que aún no ha superado.
“Vivíamos al sur de Damasco, en un pueblo llamado Zabadini, cuando comenzó la guerra. Era una zona bajo control rebelde, así que la atacó el Ejército. Nuestra casa fue destruida, y todo alrededor… Yo era enfermera en un centro de salud desde hacía 12 años. Un día, cayó una bomba. No morí porque Alá no lo quiso, pero sí mucha gente a mi alrededor. Primero, nos fuimos a un pueblo cercano al nuestro, y cuando la guerra se extendió, en 2012, nos vinimos a Jordania”.
Selma se creyó a salvo, pero no podía saber que la vida aún le reservaba un trance más doloroso. Su hija mayor, de apenas 27 años y con tres niños, falleció un año después de un cáncer que no fue atendido como debiera. “Nos instalamos primero en Ammán, por si allí mi marido encontraba trabajo, pero no fue así. Allí, mi hija fue al hospital cuando comenzó a sentirse mal, más no le hicieron caso. Cuando empeoró, el tumor ya no tenía remedio. Ya vivíamos en Jerash, una ciudad que es más tranquila, salvo cuando se llena de turistas que visitan las ruinas romanas. Y aquí nos quedamos”.
Su yerno viudo se casó con la otra hija, entonces con 17 años, pero pronto decidió volver a Siria, dejándoles los tres nietos a su cargo. Y no han sabido más de él. “No nos envía dinero y la situación económica, con mi marido en paro, es muy difícil. El ambiente en casa cada vez es peor, más agresivo. Realmente, no se qué hacer, a veces me siento sin fuerzas. Por ello, la psicóloga me ayuda, me da consejos para salir adelante con los tres pequeños y mi hijo Musa. Además, me gusta venir cada semana a los talleres, donde me han enseñado a hacer manualidades. Aquí hago algo bonito en mi vida, y lo hago con mis manos. Además, comparto un tiempo con otras mujeres que tiene problemas similares a los míos”.
A su lado, la pequeña Rubina, de 7 años, mira intensamente a su abuela cuando recuerda su pueblo. “Zabadani es un hermoso lugar verde, con muchos árboles, con huertos en los alrededores. Jerash me lo recuerda mucho, por eso no quiero irme de aquí. Antes de la guerra, allí vivíamos más de 10.000 personas, y ahora no quedan ni 100. Es un pueblo fantasma, al que sueño con volver”.
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