¿Día del Cooperante? Hablemos de lo que realmente importa

Un año más llega el 8 de septiembre, Día del/a Cooperante, y un año más me planteo si tiene interés la existencia de tal día o el hecho de resaltar esta figura. Quisiera aprovechar la ocasión para compartir la sensación de contradicción e impotencia que periódicamente me embarga cuando constato una y otra vez que hablar de cooperación internacional no tiene sentido si ello no va asociado a una voluntad real de los Estados por transformar el sistema profundamente injusto en que vivimos.

Actualmente una de cada nueve personas carece de alimentos suficientes para comer y más de mil millones de personas aún viven con menos de 1,25 dólares al día. Esta realidad no es casual y tiene su origen en decisiones adoptadas por los gobiernos para instaurar las mal llamadas políticas de austeridad y los recortes en políticas sociales y gasto público. Por abundar en los datos, según la OCDE, a nivel mundial, el 10% de los hogares más ricos poseen la mitad de la riqueza total, el siguiente 50% posee casi la otra mitad, mientras que el 40% menos rico -o más pobre- tiene poco más del 3%.

Queda claro, por tanto, que la desigualdad extrema y la injusticia definen la situación mundial, que no hará más que empeorar a no ser que los gobiernos nacionales y las instituciones internacionales decidan actuar firmemente. Lo que se precisa para dar un giro de timón es voluntad política.

Europa y España, lejos de sus responsabilidades ante una crisis humanitaria sin precedentes

El horror y la vergüenza se han instalado en nuestro continente: los gobiernos no asumen su responsabilidad ante la situación ni demuestran solidaridad ante una crisis de tales dimensiones.

Según ACNUR, hasta agosto de 2015 llegaron a Europa cerca de 300.000 personas y unas 3.000 murieron en el camino. Eso sin tener en cuenta la suerte de aquéllas que no constan en los registros oficiales.

Los Estados europeos responden a esta crisis humanitaria levantando vallas y alambradas de cuchillas cada vez más altas, practicando devoluciones en caliente, endureciendo las leyes migratorias, regateando miserablemente entre sí las cuotas de acogida de las personas refugiadas y contratando empresas privadas para que FRONTEX pueda cumplir mejor su mandato de control fronterizo, que no de salvamento.

¿No deberíamos trabajar en Europa?

Es inmoral que los gobiernos comunitarios estén aprovechando esta tragedia para consolidar las políticas de control de la emigración, cuando lo que se necesita es establecer una estrategia integral de cooperación internacional que aborde las verdaderas causas del problema y eliminen las razones que impulsan la migración: violaciones sistemáticas de los derechos humanos, la pobreza, la desigualdad, la gobernanza débil, los conflictos violentos…

Ante semejante coyuntura, una o un “cooperante” no puede más que pensar que su trabajo ya no tiene por qué estar necesariamente localizado en un país pobre o en desarrollo. Tal vez nuestro quehacer sería hoy igual o más necesario en la propia Europa.

Y si miramos al Estado español y los desproporcionados recortes que el Gobierno ha realizado en los últimos años en materia de Ayuda al Desarrollo, situándola en niveles exiguos e insignificantes, actualmente un 0,16% de la renta nacional básica, una cifra que difiere con la media europea (0,43%) y que se aleja del histórico 0,7%, no podemos más que concluir que la cooperación internacional no constituye una política de estado en nuestro país.

La verdad es que celebrar el Día del Cooperante en estas circunstancias no es más que una anécdota que podríamos ahorrarnos.

Artículo publicado previamente en Desalambre
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