Haití, o la vida después de la tormenta

Desde 2010, en que algunos situamos Haití en el mapa, las noticias que han ido llegando de la excolonia francesa no han sido muy positivas. Tras el terremoto, vino el cólera y tras el cólera las tormentas, de vez en cuando salpicado por tensiones sociales e inestabilidad política. Todo ello parece dejar a la población haitiana atrapada en un complejo círculo vicioso del que resulta imposible escapar. No es extraño, entonces, que la ciudadanía española que tanto se volcó en la emergencia tenga el sinsabor y la sensación de que no hay nada que hacer, de que aquello no sirvió y de que cuatro años después nada ha cambiado.

Sin embargo, después de la tormenta, a veces viene la calma. En medio de un contexto complejo en el que la mitad del año se vive en situación de alerta por tormentas tropicales, donde más de la mitad de la población sufre una pobreza multidimensional que afecta a la educación, la salud y el nivel de vida, y donde la alta incidencia de fenómenos naturales hace complicado reconstruir la vida una y otra vez, a veces se ven esos codiciados brotes verdes.

No es cierto que todo siga igual y que la cooperación internacional no haya logrado nada, pero también es bien cierto que la ayuda internacional en Haití ha tenido más oscuros que claros. Para muestra el trabajo de Iolanda Fresnillo con el proyecto Haití, los otros terremotos, donde denunciaba que más de 170.000 personas desplazadas siguen viviendo en campos, bajo carpas “provisionales”.

Las personas desplazadas no son el único desafío que continúa existiendo. S egún Naciones Unidas, en Haití se dan más de la mitad de los casos mundiales de cólera con más de 56.000 casos reportados en 2013. Afortunadamente este año los huracanes no han pasado por Haití, pero todavía se aprecia la huella que dejaron Isaac y Sandy, y el riesgo de nuevos huracanes con consecuencias devastadoras continúa existiendo: desbordamiento de ríos, corrimientos de tierra, pérdida de cosechas y graves daños en las ya de por sí escasas infraestructuras que existen.

Sin embargo, a veces se consigue abrir claros en la tormenta. En el Sudeste de Haití hay acciones que están funcionando y que tienen un impacto positivo en las vidas de miles de haitianos y haitianas. Se está trabajando con las familias en la producción agrícola con semillas más resistentes, que además permitan cultivar un mayor número de vegetales y consigan mejorar la alimentación de la población. Pasada la emergencia, es necesario que la población pueda recuperarse cuanto antes, y para ello muchos esfuerzos se están centrando en reducir y prevenir el riesgo de desastres gracias a la reforestación y a la protección de las cuencas de los ríos para evitar que se inunden en el próximo huracán.

En Jacmel, aquella ciudad que “desapareció” del mapa, todavía quedan los rastros de casas y carreteras hundidas, ya no se habla del terremoto, aunque sí se tiene presente cuando alguien menciona aquel 12 de enero. La población ha pasado página para afrontar ahora los desafíos, presentes y futuros, que quedan en el camino. Un camino que deben recorrer con el apoyo internacional para que la población haitiana sea la protagonista de su propio desarrollo y nosotros los espectadores.

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