Ser mujer y defensora de la tierra es un trabajo de alto riesgo. Enfrentarse a empresas extractivistas o acaparadoras de recursos como el agua, pone en peligro la vida de los y las activistas, pero en el caso de las mujeres, las represalias son mucho más fuertes.
Asesinatos, criminalización, persecuciones, denuncias, violencia… es la realidad con la que conviven a diario activistas de Derechos Humanos y lideresas comunitarias en todo el mundo. Sin embargo, América Latina es la región más peligrosa del mundo para las protectoras de la madre tierra.
Las mujeres tienen un gran protagonismo en la defensa de recursos como la tierra, los ríos o los bosques. Sin embargo, su lucha suele estar invisibilizada por la discriminación de género. Ambas cuestiones provocan una violencia específica hacia las mujeres defensoras.
Las defensoras tienen que afrontar las amenazas de las empresas, las instituciones del Estado, la discriminación de su entorno comunitario y familiar, e incluso, en muchas ocasiones, la discriminación de sus compañeros en las organizaciones.
Visibilizar su labor es protegerlas. Apoyar su lucha es apoyar sus demandas y las de sus comunidades en los conflictos socioambientales que enfrenta a David contra Goliat.