“Mamá, ¿qué hay que hacer para ser cooperante?”

Esta reflexión la hago mientras escribo un texto que tengo que entregar en unas semanas. Se trata de un estudio sobre la política y la generación Z. Tengo que confesar que “utilizo” a mis hijos, que son claramente “Zetas”, como campo de observación. Así es que, como veis, soy una mala madre. Y ellos, unos hijos maravillosos. Martina, Gabo y yo, miembro del Patronato de la Fundación, viajamos hace unos días para conocer de cerca el trabajo de cooperación que hace Alianza por la Solidaridad.

Cuando Alianza nos invitó a los patronos a visitar los proyectos sobre el terreno y no sólo en el power point, acepté de inmediato ir a Marruecos y llevar conmigo a mis jóvenes Z. Viajábamos un grupo pequeño dispuestos a saber qué era exactamente aquello de lo que hablábamos en las instalaciones en Madrid cuando nos reportaban las actividades trimestrales de la ONG.

En Tánger nos recibieron Hélène y Javier, que nos cuidaron, enseñaron, llevaron y, sobre todo, nos demostraron su profesionalidad y su compromiso. Comprendimos que la cooperación es pasión y también razón. Ya el primer día, mis hijos y yo nos sentíamos miembros de Alianza y eso nos hacía felices.

01b543e2-c8bb-4164-94f5-382024938e57Las miradas de los niños, hijos de las madres solteras, repudiadas por sus familias, que –gracias a gente como Claire– disponían de un hogar, y de la capacidad de sustentarse, ellas y sus hijos. La belleza oculta de las jóvenes mujeres de Chmaala, que secaban alubias con un rigor y un orden encomiable. La empatía de los hombres de Oued Laou, que detestaban cómo actúa la mafia de la alfarería: las mujeres lo hacen todo pero son sus maridos los que negocian y cobran. El optimismo insaciable de los chicos senegaleses de Kirikou, que se ocupan de los niños emigrantes del sur. Nada de todo eso nos dejó indiferentes.

“Mamá ¿qué hay que hacer para ser cooperante?”. No esperaba llegar tan pronto al momento en que mi hija me preguntase esto. Pero pasó y también se debió a la excelente calidad humana de nuestros acompañantes en este viaje lleno de intensas ganas de vivir. Juanma y Marisa, que fueron nuestra familia; Adela, la mujer más despierta y curiosa que he conocido; la joven Patricia, que lo que le gusta de verdad son los derechos humanos. Todo lo que nos dieron a mis hijos y a mí no se paga con dinero ni se aprende en las escuelas.

A los que leáis esto, sólo os deseo que lleguéis a vivir la satisfacción colmante que a mí me da colaborar con Alianza por la Solidaridad, tanto si lo hacéis con ellos como si no. Aquí sobra inteligencia y profesionalidad, buen humor y optimismo, imaginación para buscar fondos y cariño con el que aumentar las donaciones. Pero lo que no sobra es nuestro apoyo, nuestro trabajo y el vuestro.

Gracias a Santi de Torres que aquel día, en un restaurante me invitó a cenar y a unirme a Alianza; y gracias a Ana y a Cecilia, por ser mujeres 10.

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