Nuestro futuro, a debate en la Cumbre del Clima de París
El precio de la descarbonización de las economías, las oportunidades por la innovación tecnológica y la transición energética para hacer frente a los problemas de empleo o reconversión industrial, no están siendo considerados en el mainstream del proceso de gobernanza climática. Esto no es una cuestión baladí, en tanto lo que deberíamos estar abordando es la crisis de los modelos de crecimiento y de la hegemonía de los países desarrollados en la geopolítica global.
En este sentido, no parece muy relevante separar la realidad del mundo y la práctica de la gobernanza global del proceso de negociaciones sobre el clima. No tiene sentido disociar los patrones climáticos y las consecuencias del cambio climático de otros problemas de índole global –en materia de energía, en materia de salud, en materia de seguridad, en materia de desarrollo o en materia de comercio internacional–.
Se trata de temas estratégicos que afectan sustancialmente al futuro de la humanidad y del planeta, “asuntos” que deberían estar perfectamente anclados en las discusiones sobre gobernanza climática.
Uno de los avances más importantes de los últimos años en el panorama energético mundial ha sido el auge sin precedentes de las energías renovables, especialmente la solar y la energía eólica. La Agencia Internacional de Energía ha comunicado que el año 2014 fue el primer año desde hace 40 años en el que se observa un estancamiento de las emisiones globales. La explicación de esta evolución se debe principalmente al desarrollo de las renovables, particularmente en China. Sin embargo, en las negociaciones sobre el clima, básicamente se están discutiendo los escenarios de emisiones a largo plazo, tratando sólo colateralmente las cuestiones derivadas de las tecnologías de producción o las fuentes de energía. Lo concerniente a los modelos de desarrollo y cómo abordar la transición de modelos altamente dependientes de los combustibles fósiles a otros descarbonizados no está suficientemente presente en las agendas pese a las constantes reclamaciones desde la sociedad civil y algunos bloques de países.
París bien vale una oportunidad
El Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea (TTIP) ahonda en un modelo económico depredador para las personas y el planeta, propugnando un crecimiento ilimitado al amparo de una globalización fósil. La propia Comisión Europea reconoce que éste supondrá, al fomentar el transporte transatlántico, un aumento de las emisiones de CO2.
El TTIP aumentará el poder de las multinacionales energéticas para intentar imponer la continuidad de las energías más sucias y contaminantes, implantando en contra de la voluntad ciudadana técnicas climáticamente peligrosas como el fracking o la lenta implantación de las energías renovables.
No tiene sentido promover la reducción de emisiones de C02 y al mismo tiempo, poner en marcha tratados económicos (como el TTIP) en contra de sus propios objetivos climáticos. Esta incoherencia de políticas es una irresponsabilidad.
Pese a lo anterior, las organizaciones de la sociedad civil entendemos que los procesos de París y Nueva York ofrecen una oportunidad única para alinear los objetivos de desarrollo sostenible con los Acuerdos en materia de cambio climático.
El acuerdo de París tiene que reconocer la importancia de la mitigación del cambio climático en el desarrollo y la necesidad de financiar los cambios hacia economías bajas en carbono. El acuerdo de diciembre de 2015 debe ser diferente de los anteriores. Durante los primeros años de negociaciones sobre el clima, la atención se centró en el establecimiento de objetivos «de arriba abajo», que impulsaron la acción nacional. Hoy en día, el método ha cambiado. Cada país presenta sus propias metas y planes para la reducción de carbono (se trata de un enfoque de abajo hacia arriba).
Un mal acuerdo climático en París consolidará una trayectoria catastrófica para el futuro del planeta y la humanidad. Por poner un ejemplo cercano, se puede constatar que las zonas del sur de Europa, y especialmente España son vulnerables a los impactos del Cambio Climático. Sectores económicos como la agricultura, la pesca o el turismo, señas de identidad españolas corren serio riesgo de sufrir pérdidas de millones de euros y puestos de trabajo a causa de éste.
Un buen acuerdo debería asegurar que esta generación no nos conduce al «ecocidio» y, por consiguiente, al genocidio de la especie humana. El acuerdo debería establecer el cuánto deben reducir sus emisiones los países desarrollados y cuánto y cuando los países en desarrollo, no se trata de una “barra libre” hasta el 2030 como algunos han pretendido apuntar.
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