Mujeres sin tierras

Cuando hablamos de tierras, a menudo nos imaginamos un mapa de la comunidad con referencias GPS para identificar la extensión de las parcelas. Sin embargo, para los y las senegalesas la tierra es mucho más que eso. Según Jacques Faye, sociólogo y ex director del Instituto Senegalés de Investigación Agrícola, la tierra sería » la representación social de todos los recursos naturales» incluyendo «la relación entre las personas que gestionan estos recursos».

Desde este punto de vista, comprenderemos mejor la importancia que tiene la tierra y los equilibrios de poder para su control, especialmente en el medio rural donde es la principal fuente de ingresos. Porque el control de la tierra establece la diferencia entre “fuertes” y “débiles”, y desafortunadamente este último papel es desempeñado siempre por las mujeres.

En Senegal, la propiedad familiar de la tierra supone el 84 %. Si bien estas cifras nos parecen justas, cuando las miramos más de cerca descubrimos que sólo el 5,5 % de los hogares donde las mujeres son cabeza de familia tienen tierras. De acuerdo con el estudio realizado por el Grupo de Estudios e Investigaciones sobre Género y Sociedad (GESTES), socialmente es admisible que el acceso a la tierra dependa en gran medida del estatus social (etnia o clase social) de la familia o de sus miembros.

Aunque la Constitución (artículos 15 y 19) y la Ley sobre el territorio nacional garantizan el acceso a la tierra de manera equitativa, continúan existiendo barreras socio- culturales que limitan el acceso a las mujeres. Para ellas, el acceso a la tierra depende de la familia y el lugar que ocupa dentro de ella. En las familias senegalesas “amplias” hay diversos factores que marcan la posición de las mujeres: la edad, el estado civil, la reproducción o el rango de esposas, si se trata de un matrimonio polígamo.

Pero incluso si consiguen un pedazo de tierra existen otros problemas, ya que los terrenos asignados a las mujeres son parcelas pequeñas, generalmente de mala calidad y alejadas de la comunidad o de las fuentes de agua.

Para hacer frente a estas barreras, las mujeres recurren a los Grupos de Promoción de las Mujer( GPF ), que disponen de tierras para explotar; pero tal y como muestran los datos de un diagnóstico sobre el Programa de revitalización del valle fluvial del río Senegal, estas agrupaciones no poseen grandes extensiones. Así, en Gayé, el GPF agrupa a 500 mujeres, pero sólo tienen en propiedad 10 hectáreas; mientras que en Bokhol un grupo de 450 mujeres sólo ha conseguido 2 hectáreas. Además, de los 32 grupos del departamento de Dagana, sólo 5 se dedican a actividades agrícolas, el resto no tienen los medios para hacerlo.

La justificación de esta injusticia la encontramos en la propia Ley del Territorio Nacional, según la cual los Consejos Rurales, formados mayoritariamente por hombres, pueden usar sus competencias para asignar tierras siempre que la persona resida en la comunidad y pueda asegurar la puesta en valor de esas tierras. El argumento en contra de las mujeres es precisamente esa supuesta incapacidad para poner en valor las parcelas como consecuencia de no poder acceder a otros medios de producción como créditos, semillas, herramientas o formación. A esto se unen las desigualdades de género a nivel macro como la división sexual del trabajo o los niveles bajos de educación.

La gestión de la tierra constituye uno de los puntos álgidos en las relaciones sociales, ya que la tierra es el fundamento y base de la legitimidad de los poderes locales. La escasa presencia de las mujeres en los espacios de toma de decisiones y en las organizaciones de agricultores, hace que los defensores de sus derechos tengan que ser los hombres; incluso si un 42% piensa que hombres y mujeres no deben tener un acceso igual a la tierra.

Aún queda trabajo por delante…

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