El acaparamiento de tierras tiene un efecto directo en el cambio climático ya que en la mayoría de las ocasiones se produce “robando” territorios al bosque o a la selva para sustituirlo por monocultivos destinados a la exportación. El cambio en el uso del suelo (de selva a plantación) produce grandes cantidades de gases de efecto invernadero. Así, la disminución de la masa boscosa reduce la capacidad del planeta para contrarrestar el cambio climático, mientras que los monocultivos industriales lo potencian.
El acaparamiento supone, además, la expulsión, sobre todo de las mujeres, de las tierras arroceras produciendo un fuerte deterioro en la economía del hogar y en su autonomía, aumento de casos de malnutrición y problemas de salud por el uso de pesticidas.